Raquel
El primer amor no siempre es
la primera novia
o novio según sea el caso
(Olaf)
Caminando con paso apurado se
fue, se fue Raquel…
tal vez ella decida nunca
volver
(Se fue Raquel/ La misma
gente)
Mi mano sudaba pero tomé la
suya, a ella, creo no le importó, es más me correspondió, no quiso soltarse,
caminábamos por el metro Centro Médico, continuamos nuestro tour por la línea 9,
hacia Tacubaya, transbordamos quien sabe cuántas veces, vagamos por las
entrañas del Distrito Federal, me sentía envidiado por quienes volteaban a ver,
definitivamente ella era la niña de mis sueños.
La tarde transcurría, pasaron
decenas de convoyes, no queríamos irnos, miradas de adolescentes enamorados,
dicen los que saben “de borrego a medio morir”, platicábamos del porvenir y de
repente el beso furtivo, esos labios que siempre anhelé por fin los probé.
Ese día, por la mañana, evité
la ‘guajolota’, la torta de tamal de rajas con queso, más tarde le desprecié al
‘Chojos’ los respectivos tacos de suadero y de longaniza, es más me lavé ‘la buchaca’ y me compré dos
paquetitos de Halls: yerbabuena y menta.
Chequé tarjeta, mi turno de
cuatro horas de cajero de la tienda del pelícano; me acicalé la greña, me exprimí
dos tres espinillas, que según yo me hacían ver más cajeta de lo que estoy,
pero en ese momento sentados en el andén de “La Raza”, en la línea cinco rumbo
a Pantitlán, le robé un beso, un ‘kiko’, que me correspondió, ¡sí! con lengüita
y toda la cosa, y luego un fuerte abrazo.
Transcurrieron varios años y
diversas parejas antes de estar sentados ahí ‘fajando’ como dijera la banda. “¿Sabes?
antes me caías de la chingada” me espetó al puro estilo de ‘Nezayork’, vecina
de la Colonia Las Flores, cerca del bordo de Xochiaca, sí ahí donde estaba el
tiradero de basura, donde hoy está un flamante deportivo que hace unos años
vino a inaugurar un tal Alex Rodríguez, invitado por un tal Carlos Slim.
Entonces en ese andar constante
de encontrarme, llegué, --impulsado por uno de mis tíos--, a trabajar como
“cerillo” ahí en la ‘Colonia del Vago’
(Colonial del Valle), a la Comercial
Mexicana Calle Pilares, ¡no chinguen!, ¿cerillo?, ya había sido “tuercas”
(chalán) en un taller mecánico, mozo en un bar en donde las ficheras me daban a
guardar sus prendas, en ese entonces encantado de la vida, como hoy cuando se
puede, veía como hacían su cambio de atuendo, ¿y ahora? ¡¡cerillo!!
El ser empacador –que es el
termino elegante que se al Cerillo--, era algo nuevo para mí, porque tiene su
chiste; hay que saber colocar cada producto adecuadamente no puedes mezclar los
productos de limpieza con la comida, o poner el paquete de blanquillos abajo y
encima latas de atún, para eso estaban los compas que te enseñaban los
fundamentos, más no los secretos porque al llegar te conviertes en la
competencia y el que mejor empaque las cosas es a quien el cliente llama, al
que le dan mejor propina.
Así que te tenías que aprender
a ‘rifartela’ con gandules de ‘Nezahualodo’ (Nezahualcoyotl), la ‘Chente
Warrior’ (Vicente Guerrero), Tacubaya, ‘Apatraco’ (Apatlaco), Santa Martha,
Chalco, ‘Tepis’ (Tepito) y largo etcétera, así conocí al “Bozo”, al “Tonto”, al
“Gallo”, al “Disco”, al “Topo”, a “los Pescados”, al “Buda”, al “Nacha”, al “Pollo”,
al “Fosi”, al “Smack”, al “Paleloca”, al “Mosca”, al “Chojos”, al “Soruyo”, a “los
Piojos”, al “Mono”, al “Chon”, ¡en fin! de sus nombres no me acuerdo, mí apelativo de batalla, el que me asignaron fue:
El Cohete, ‘quesque’ porque tenía cabeza de un transbordador de ‘Cabo
Cañaveral’, eso decían.
Fue una época de trogloditas,
cavernicolesca, era la ley del que ‘hasta el más chimuelo masca vidrio’, los
débiles no duran, así que a rifarse por unas propinas, de no imponerte regresabas
a casa solo con tu pasaje, era el llamado de la selva, por lo que me tuve que
rifar dos tres ‘bailes’ (peleas) para decirles en Villa de las Flores también
hace aire.
Ya con una buena fama de no
abrirme para los madrazos, llegó la época de ‘apertura’ o de equidad, la
“cerilleada” ya no iba a ser exclusiva de chamacos calenturientos que
correteaban a las empleadas domésticas, que acudían al mandado, alguna de muy
buen ver y que en una sórdida escena de las pelis de Los Mecánicos o Los
Albañiles le abrieron la puerta de la casa a uno que otro cerillo para darle
rienda suelta a la libido antes de que llegará la patrona.
Otros más avezados se ligaban
a las guapas señoras que sentían afecto por los mozuelos calenturientos, o bien
a las cajeras --unas muy guapas--, quienes veían en los ‘Cerillines’ un
desfogue a su gris rutina o a su estresante jornada.
Así que le dieron oportunidad
a las chicas a ser empacadoras, --más no cerillas, eso no suena chido--,
llegaron niñas que vinieron a darle a ese juvenil oficio otro aspecto, ya no
era el Club de Tobi, ahora estaban las Pequeñas Lulús, y una que otra Lolita,
conviviendo con pubertos que tenían que controlar sus instintos salvajes.
Y fue entonces que apareció en
mi vida Paty, a quien hice mi novia después de una pinta a ‘Chapultetrepo’,
ella vivía en ese entonces por Reino Aventura, hoy Six Flags, ahí iba todos los
días a dejarla a su casa, viaje de norte-sur-norte, cruzar todo el DF todo por
un módico boleto del bendito metro. Era mi ‘noviecita santa’, bueno después de
otra pinta --ahora en los Dínamos-- lo de ‘santa’ se lo borramos.
Y así pasó un año cuando
apareció Lucía, ¡aaah Lucía, Lucía! Y así como apareció se fue.
En una ocasión, apenas
habíamos empezado el turno, la vi, iba toda arañada del rostro… a pesar de eso
distinguí la singular belleza de sus 14 años, cabellera ondulada a los hombros,
labios carnosos, unos profundos ojos negros, morena clara y esas marcas en mejillas
y cuello por una reciente pelea la hacían ver genial, su andar desgarbado pero
‘sepsi’, con unos jeans entallados, marcaban su núbil y hermosa figura. Raquel
¡claro! rockera y de Neza, de eso me
enteré unos minutos después.
¡Pero yo tenía novia!, ¡maldita
sea la monogamia! Aunque Lucía y Paty, fueron amigas y entendí el porqué la
letra de esa canción “es complicado
besar en dos bocas…” Me presenté con
ella: ¡Hola, esta es mi caja! así que “con permiso”. El perseguir la chuleta
hace que la caballerosidad se diluyera, ese fue el pretexto para que yo le
cayera mal, obviamente no fue un buen inicio.
Raque se hizo novia de José
Juan, después de Juan, de otros changos más y
del odioso de Carlos, mi relación con Paty se convirtió en una
telenovela barata, ella se dio cuenta que si besar en dos bocas es complicado,
besar en tres o cuatro ya requiere de mucha pericia, y yo ya no estaba en esas
ligas, así que una tarde ya no viajé hasta Reino Aventura, ya no tenía motivos.
En uno de esos días en que se
alinean los planetas, los astros y no sé qué tantas ‘madrolas’ más Raque y yo
retomamos lo que había empezado con el pie izquierdo, un hola para empezar y
unaLsonrisa como respuesta fue el inicio de la historia que nos llevó a la
estación La Raza.
Me invitó a sus XV años… aún
conservo intacto el momento que bailó “rain in my window” de Nazareth, ella me
enseñó los pasos de baile para rockear, anduvimos por todos lados como si
fuésemos hermanitos, se nos unió Toño, el “Súper Can”, antes de que se fuera a
los EUA, y luego el ‘Chojos’ antes de que se convirtiera en un malandro.
Dejé mi etapa de cerillo y
ascendí a Cajero, ella siguió de empacadora antes de irse a trabajar como
demostradora de productos en distintas tiendas, la iba a ver todos los domingos
a Ciudad Neza, ya era parte de la banda de su calle, en su casa me recibían
como parte de la familia, los suegros, de alguna manera, ya me habían aceptado.
Entonces llegó la propuesta del
“Súper Can”: ¡Cohete vámonos al gabacho! Yo le dije: aguanta déjame hacer el
examen a la UNAM, ¡si no me quedo nos lanzamos!, a lo que él me respondió: Me
voy, porque sí vas a pasar el examen…, bueno amigo te escribo cuando ande por
esos lares, una cosa más… ¡cuida a Raquel!
Entré al CCH Azcapotzalco era
la última oportunidad para ser alguien en la vida como lo dijera el Tío
Gamboín, mi rutina cambió pero yo religiosamente cada fin de semana la iba a
ver, a estar unas horas con ella y regresar a casa.
Pero la distancia empezó a
manifestarse, imbuido en los libros desaparecí de su vida… lo recuerdo bien,
una tarde lluviosa de septiembre, me esperaba en la puerta de la casa a pesar
de estar completamente empapados el abrazo que nos dimos fue tan cálido que
parecía el último, platicamos horas y horas y me dijo: ¡Carlos quiere andar
conmigo!, ¿cómo, Carlos?, --ese pendejo, mi enemigo declarado--. El haberme
alejado era motivo para que otros la asediaran: ¿esa Raque porqué tan solita?,
¿qué a poco el “Cohete” ya no viene?
No sé cuál haya sido mi
expresión, -- bueno si sé, fue la de ¡ya valió madres!-- de inmediato acotó ¡Si
tú dices que no, pues le digo que no! Yo había priorizado otras cosas, atarla y
decirle espérame, no era justo, la abracé y besándole las mejillas le dije: Me
cae de la patada ese chango y yo le caigo mal; no me da buena espina, pero si
crees que te va hacer feliz, yo me hago a un lado, ¡ah! pero si se mancha
contigo ¡dime! y le doy su chingadazos.
Era 1994 apenas cursaba el
primer semestre de la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la
entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán cuando hurgando
entre los papeles de un archivo que conservaba en una caja de esos míticos tenis
LA Gear, encontré su teléfono, sin dudarlo le hablé me respondió su mamá que de
inmediato me reconoció, me saludó efusivamente me comentó que trabajaba en una tintorería
y que llegaba más tarde, que le iba a decir que le había hablado.
Más tarde cuando marcaba su
número las manos me sudaban, estaba nervioso como aquella ocasión en el Metro,
pero al escuchar ya volaba yo en Saturno, la charla fue eterna, mi madre y
hermanos a cada instante pedían que colgara, obvio no les hice caso, los
reclamos, ruidos a mi alrededor ni siquiera los noté, después no cuantas horas quedé
en ir a verla a su casa, ella me dijo que me esperaba el domingo.
Y llegó el día, me levanté
temprano hice mis labores en casa, estaba ansioso, así que como era domingo el
baño era obligatorio, ¡já!, no di más explicaciones y emprendí una ruta que
sigo sin olvidarla.
Caminar como si conociera el
barrio, si ibas ‘pajareando’ seguramente te iban a ‘talonear’, así llegue a
Pantitlán, tomé el micro que me llevará por toda la 4ª Avenida x el Bordo con
dirección al Estadio Neza 86, el destino Colonia Las Flores, la calle Nardos –aún
lo recuerdo--, de pronto me vi frente a su puerta, de nuevo con las manos
sudorosa y con una temblorina permanente en ‘las corvas’, pero toqué y toqué,
parece ser que en mi ansiedad no medí la fuerza y de adentro me respondieron
con un grito de molestia: ¡Oooh, ya voy!
Era quien pudo haber sido mi
suegra, pero no lo fue, al verme me regaló una sonrisa y un amable reclamo:
¿Por qué hasta hoy joven? ¿Para qué te desapareciste?, Raque no tarda, pásale. Ya
conocía la casa me instalé de inmediato en la sala, ahí estaba sentado
esperándola cuando un chavalín de dos años se me acercó, de compartió uno de
sus juguetes, de inmediato entablamos un vínculo de complicidad, ¿cuánto tiempo?
Tal vez cinco minutos, tal vez menos, todo fue de manera natural, no me di cuenta
que ella ya estaba en el umbral de la puerta, nos veía divertida, a la vez que
mostraba un asombro por esa rápida confianza.
Su belleza estaba intacta, su
chispeante mirada no se había apagado, pero el rubor de sus mejillas delataban
una confesión, ese chavalín era su hijo y el padre aquel tipo que me ‘caía de
la patada’, quien solo ‘hizo la gracia’ y huyó, en ese momento recordé esas
palabras que me dijo en casa: ¡Si tú
dices que no, pues le digo que no!
Los recuerdos del resto de esa
tarde me son borrosos, creo que la abrace de nuevo y ella lloró, le enjugué sus
lágrimas, le dije que no pasa nada que la vida debía de seguir, me platicó que
ya salía con otro persona, quien le había profesado amor, me recalcó que este
chavalín, quien no paraba de jugar conmigo, era muy huraño, que a pocas
personas le generaba simpatía, obviamente yo era una de ellas y el asombro era
porque ese vínculo se consolidó en segundos, apareció de nuevo quien pudo haber
sido mi suegra, pero no lo fue, nos dijo que la mesa estaba servida así que
pasamos a comer.
Ahí de nuevo este chavalín
comió como nunca, lo cual también causó asombro en los comensales, porque
siempre era remilgoso, y de nuevo el reclamo: Ay joven ¿Para qué te desapareciste?...
Le ayudé a lavar los trastes, platicamos de mis planes de vida, le dije que
estaba estudiando para ser periodista, que me dijeron que me iba a morir de
hambre, que les respondí que a lo mejor sí, pero que iba a morir feliz, le
conté que una de mis vocaciones era escribir, y tomar fotos, por cierto aún
deben de estar una sus fotos que le tomé esa tarde en otra caja-de-zapato-archivo.
Tal vez era las cinco de la
tarde o las seis por el patio de su casa se colaba el sol, no podía quedarme
aunque eso era lo que yo más deseaba, era la despedida, la definitiva, quedamos
en hablarnos seguido, que esperábamos que un día regresará Toño, el “Súper Can”,
para que nos contara sus aventuras en “El gabacho”, la felicité por el nuevo
galán que tenía que incluso ya estaba por venir a pedir su mano ¡no! esta vez
no me dijo: ¡Si tú dices que no, pues le
digo que no!
Creo que esperaba que se lo
dijera, las palabras se quedaron en mi cerebro, no en la punta de la lengua,
decirle ¡Raquel vente conmigo, vámonos! Sólo lo pensé, sólo lo imaginé, le di
un largo abrazo de nuevo un beso en la mejilla y me despedí.
A muchos años de distancia aún
recuerdo esa tarde, tal vez de no haber sido tan cobarde, este texto no existiría
y yo a lo mejor sería un obrero de unas de las tantas fábricas de la zona conurbada
del Distrito Federal o no hubiera estudiado esto que dicen se llama
Periodismo, pero de una cosa si estoy seguro: sería inmensamente feliz, de
eso no hay duda.
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