Te extrañan las pitayas, las ciruelas...
Así yo vivo en mis noches
Y muero en el día al despertar el sol
Y las gaviotas se alejan
Se llevan mis sueños
Tú mi corazon
(Un sueño de tantos / Los Dos oros)
--Se fue mi mamá, se murió mi mamá…
El llanto de mi madre acompañaba esa noticia del otro del lado de la línea, eran las cinco de la tarde del martes seis de mayo de 2025, en unos días, este “junta palabras”, “aporreateclas” aspirante a “escribidor”, de profesión periodista estaba por cumplir un año más de vida, mi abuela quien el pasado mes de enero cumplió 101 años, se despedía casi, casi en mi cumpleaños, ¡bien abue! Las leyendas nacen y se despiden en mayo.
Tras escuchar los sollozos de mi mamá, a quién solo le atine en decirle ella ya descansa mamá. ya descansa, entonces me vino una infinita nostalgia, le di aviso a mi hermana, a mis hermanos, a la familia cercana, que Doña Teófila Fulgencia Hernández García dejaba este mundano mundo, ensimismado me puse los audífonos y repetí por horas dos canciones que acompañaran su recuerdo en lo que me resta de vida, Los camperos con el Charro Avitia y Un sueño de tantos con Los Dos Oros.
Había que prepararse para las exequias, había que hacerlo con celeridad, porque la buena madera se acaba, al día siguiente estábamos ahí para darle el último adiós, por supuesto los recuerdos se agolparon, unos días antes, el día cinco de mayo por coincidencias del destino escribí un texto, el cual forma parte de un Mundial de escritura en el cual participo o participé en donde se resalta a un personaje que le de sentido, identidad, proximidad, pertenencia a una ciudad, a una colonia, a una calle o a una familia, por supuesto y sin dudarlo siquiera un poco sé que mi abuela es ese personaje, y así lo conversamos la familia, las amistades, entre risas, llanto, casi sin filtros, sin medias tintas se allá se topará con Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, con Pepe Mújica y otros tantos más…, en mi texto homenaje, ¡pues ahí les va!...
¡Medio día! El calor es sofocante. Mucho, mucho viento.
El viaje fue largo, el sudor hacía que las ropas se pegaran al cuerpo, los músculos estaban en su punto máximo, dolores, calambres, pero después de más de 20 kilómetros, con inclinadas pendientes, descensos vertiginosos y una que otra recta, en un trayecto de ese tipo siempre, siempre hay espacio para pensar, para la introspección, para hurgar en los recuerdos mientras andas sobre dos ruedas.
Dice mi abuela, Teófila se llama, que sus padres, sus abuelos fueron gente de trabajo, de mucho carácter, que tuvieron sus tierras, su ganado, que tuvieron una época de prosperidad, pero la condición humana es un misterio, cuando ella se dio cuenta, ese patrimonio desapareció, sus padres fallecieron, se enfrascó en una disputa con sus hermanos por lo poco que quedaba, fue en esos momentos que se forjó un duro carácter el cual imprimió en su descendencia, hubo quienes aceptaron esa herencia sin resistirse, otros repelieron y tal vez, solo tal vez eso causó que dieran tumbos por la vida, sin embargo, al final comprendieron que esa forma de afrontar la vida, con carácter, con disciplina, era una de las fórmulas sobrevivir, para vivir en este mundo.
Mientras pedaleó, recuerdo la primera vez que me vi al lado de mi abuela, tal vez tenía 3 años, ya balbuceaba algunas palabras o al menos ya expresaba los deseos, era una fiesta de las que hacen en una pequeña comunidad en donde se celebra la vida, se conmemora la muerte, se festeja la época de lluvia, se alegra por la visita del hijo o hija o se llora por el inicio de un viaje, la boda, el bautizo, pues ahí estaba con mi abuela, quien escuchaba como su primer nieto pedía insistentemente que le dieran un “taco con sal”, mientras los anfitriones repartían abundantes platos de mole de guajolote.
--¡Abuela, abuela quiero taco con sal!
--Si hijo, si hijo, ahorita pedimos un taco con sal.
Son de las pocas veces que se sonrojó, tal vez, esa insistencia de nieto, era un poco de ese carácter que le había heredado, la frase se quedó porque fue una especie de clave cada que nos vimos
--¿Quieres taco con sal? Me preguntaba Fue la frase clave entre mi abuela y yo, y más porque me lo decía mientras preparaba una enormes y olorosas tortillas en un comal de barro, tortillas que se inflaban mágicamente.
Sigo sobre los pedales disfrutando del viaje, de las postales que se quedan en la memoria, alguna nube viajera cruza el firmamento opacando fugazmente al astro rey, lo cual amaina el intenso calor, ¿Quién caramba pedalea a pleno sol? ¡Sí! yo, para qué me quejo.
Tras esos diferendos con sus hermanos, mi abuela ya no obtuvo el patrimonio que le habían prometido, había que trabajar, había que disciplinarse, porque lamerse las heridas no funciona, al menos para ella.
Tal vez tenía 19 años cuando conoció a mi abuelo, ella era atractiva cara redonda, pelo largo, negro a las caderas, esbelta, de formas delicadas y firmes, además tenía ese talento para entonar canciones, tenía varios pretendientes, mismos que llegaban solos, o bien motivados por sus padres, ¡hija es de buena familia te conviene! Pero en el amor o en la necedad los consejos sensatos no hacen eco, así que se decidió por ese tipo, 10 años mayor no guapo, no de buena familia, pero sí muy inteligente, decidido a hacer una vida con ella, fue su elección, su amor y la postre su yugo. Siempre, siempre hay un roto para un descocido, así que, ante la decepción de los suyos, empezaron esa vida errante, una constante en mi familia.
Diez hijos, dos de ellos se despidieron de este mundo sin poder llegar a los dos años, fue en Veracruz, allá descansan esos tíos que no conocí, que dicen los que saben que son y han sido mis guardaespaldas, ¿será? Teófila endureció su carácter, se hizo más duro cuando tuvo que disputar el cariño que mi abuelo ofrecía en otra casa.
¿Por qué no lo dejó si sabía que tenía otra mujer?, le preguntaron un día, porque él, sabía leer, escribir, tenía los fundamentos y el caracter para qué ustedes no fueran unos ignorantes, respondió.
¿Pero por qué fue tan estricta con nosotros?, insistieron, porque así me lo inculcaron mis padres, agregó.
¿Ni siquiera un abrazo, una palabra de aliento? No era necesario, contestó mientras se concentraba en hacer tortillas, con qué hubiera de comer en casa, bastaba, además ya saben que los quiero.
En el camino escucho el viento sobre las ramas de los árboles, algunas aves me observan desde ahí, una que otra lagartija huye a mi paso, los calambres empiezan a sentirse en las piernas, me hidrato, vienen las pendientes, cambio de velocidad y los recuerdos se agolpan.
El carácter, su disciplina cuasi militar lo aplicó con toda su descendencia, no tuvo concesiones, los momentos de apapacho fueron esporádicos, muy esporádicos, las peleas, los reclamos, los desprecios con mi abuelo se hicieron frecuentes; mi madre, mis tíos a la primera oportunidad que tuvieron decidieron poner distancia, además esa necesidad de conocer el mundo, de ampliar de alejarse, pero esa “mano” esa presencia de su mi abuela nunca, nunca los abandonó, aprendieron a trabajar, a hacer las cosas bien, siempre bien, cuando no lo hacían les llegaba esa voz de su madre recriminándoles, a pesar que su trabajo les daba la oportunidad de disfrutar lo que en casa no podían. Pero no lo hicieron los excesos o las afectaciones aparecieron muchos años después.
Cuando una nueva generación llegó a este mundo, Teófila se hizo presente, tal vez solo tal vez pensó que podía contribuir, mostrarse cariñosa, algo que no pudo hacer con sus hijos, pero no, la inercia era preparar a esos nuevos seres a enfrentar al mundo, ser disciplinados, a estudiar, hacer las cosas bien, “sí haces las cosas a la primera no trabajas doble”, “alza la vista no vayas como ‘cuchi’ viendo solo el suelo”, “ya levántate que las gallinas ya andan en el patio”, frases que aún resuenan en la cabeza de todos sus nietos, que al recordarlas causan risas.
Los calambres me engarrotaron las piernas, tuve que hacer una pausa, me recosté bajo la sombra de un pequeño árbol, buscaba la manera de sobar ahí donde el dolor era punzante, insisto solo un “descocado” como yo hace un recorrido en solitario, estoicamente dejé que pasara las dolencias y posé mi vista en el profundo firmamento. De nuevo ese mar de reminiscencias se hicieron presente.
Estuve un año con mi abuela, tenía 9 años, la frase de cariño era “¿quieres un taco con sal?” --no recuerdo otra--, me narraba, me describía la escena con detalles, sonreía y yo claro que disfrutaba de mi taco. Con ella aprendí a disfrutar, a valorar el fruto del trabajo, del esfuerzo, a no llorar por cualquier cosa, aunque lo aceptó soy de lagrima fácil, pocas veces me abrazó, y siempre me regañó, fue por mi bien, supongo, en ese tiempo que estuve con ella, entendí un poco, solo un poco el respeto, el cariño, y a veces ese malestar que sentían mi madre, mis tíos para con mi abuela, pero ahora lo entiendo tenía que forjarles el carácter, claro que lo consiguió con algunos daños colaterales: rencor, desprecio, hartazgo, pero son sensaciones pasajeras, porque no haber sido así, ¿qué sería de esta estirpe?, ¿qué sería de mi? Cuando me despedí de ella, vi un dejo de tristeza, tal vez ya no tendría con quien pelear o más bien a quien educar, un año después en una llamada telefónica me dijo te extrañan las pitayas, las ciruelas, hay queso… Creo que fue una forma de decirme: ¡te extraño!
Me reincorporé, con los ojos húmedos, retomé el camino ya estaba más cerca, la dura pendiente ya la había superado, el viento me dio refresco, se llevó esas remembranzas y se presentaron otras, la música que me acompañaba hizo que las piernas se destrabaran, al igual que la memoria, un pedaleo a la vez, un pedaleo a la vez.
Mi familia no la entiendo sin la presencia de mi abuela, fue dura, estricta, sarcástica, irónica, no, no fue una abuela de un cuento de hadas, fue una persona con pocos filtros con sus hijos al igual que todos sus nietos, aguantó a pie firme las vicisitudes de las carencias, disfrutó de manera sobria las épocas de abundancia, que fueron pocas, tal vez nunca lo pensó o lo imaginó pero viajo a otro país.
Me preguntó ¿hubiera sido igual en otro contexto, en una familia acomodada, en abundancia? ¿habría actuado de la misma manera con su descendencia?
Llegué exhausto. Ella cumplía 100 años, me vio en el umbral de la puerta, posó su cansada vista en mí.
--¿Abue cómo está? Soy Adán.
--Adán, ¡oye hijo! ¿quieres un taco con sal?
--¡Sí, abue, sí! mientras los ojos se me humedecían inevitablemente.
El miércoles 7 de mayo llevamos a mi abuela a su última morada, mis hermanos y yo llegamos a tiempo, escuchamos las campanas repicar, unos minutos antes había caído un fuerte chubasco, tras días sin que se asomara una nube viajera, San Pedro ya sufría las consecuencias de enfrentarse a Doña Teófila, una larga procesión la acompañó las bandas de música se reunieron para acompañar a mi abue, como bien dice José Alfredo: la vida comienza llorando y así llorando se acaba, pero también inicia con festejo y festejando nos vamos de esta vida.
¡Abuelita!… te extrañan las pitayas, las ciruelas, ya hay queso...
Gracias Adan por los buenos recuerdos, a mi tambien se me salieron las lagrimas
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