¡Blackboard jungle!
Los primeros pasos
Primero fueron sollozos, luego llanto, ya después fueron alaridos, mi madre no sabía qué hacer: esconderse o tratar de calmar a su primogénito, quien seguramente sentía que ahí lo abandonarían, que ya no regresarían por él.
Los demás padres escondían una sonrisa, los pequeñines que, pulcramente portaban su uniforme, observaban como un niño de escasos cinco años se negaba a quedarse en el Kínder Burbujas, las maestras, tal vez acostumbradas a este tipo de escenas cada año, reconfortaban a mi madre, quien estuvo muy cerca de proporcionarme unas democráticas nalgadas, me las había ganado a pulso, para apaciguarme, que bueno que no lo hizo, porque la situación hubiera adquirido una dimensión inimaginable.
Miss Laura, directora, y maestra principal poseía el tacto de tomarme suavemente de la mano, de hablar con calma, además tuvo el tino de ofrecerme una golosina, poco a poco el llanto cesó, fue el momento adecuado para que mi madre regresara a casa mis pequeños hermanos la esperaban.
Fue un primer día de escuela caótico, sí. Como lo fueron muchos otros en mi vida escolar. Al día siguiente ya no hice berrinche, conforme pasaron las semanas no era necesario que me despertarán para alistarme y dirigirme a esa pequeña escuelita donde empecé a conocer las vocales, el abecedario, los números, a bailar, a cantar, incluso a leer; antes de los cinco años ya leía, tal vez no las aventuras del Hidalgo Don Quijote de la Mancha, pero al menos si mi nombre, mismo que ya lo garabateaba.
En ese año como conejillo de indias fui experimento de padres primerizos, de tíos y padrinos solidarios que se diviertieron aventurándose en diversas actividades. Me disfrazaron de una extraña ave, que más parecía un alebrije con alas de águila, pico de pato, patas de avestruz, copete de gallo, todo eso en un festival de primavera, las consecuencias y fortunas de ser el primero hijo, de ser el primogénito, ¡en fin! En un festejo del Día de la madre bailé o bailamos con mis demás compañeritos a ritmo de Tico-tico no fubá, melodía interpretada por Ray Coniff y orquesta, en una pequeña y atiborrada sala de teatro, esa emoción, nunca lo olvidé.
El Valhalla en el horizonte
Culmié el año escolar, entonces la Primaria Suecia, de la Colonia El Retoño, en la entonces delegación Iztapalapa me abrió sus puertas, ahí estuve hasta el cuarto grado, por cierto una de las tantas leyendas o mitos que se repite generación tras generación es que las escuelas son construidas sobre cementerios, --la Suecia no era la excpeción-- que por las tardes noches se escuchan y ven fantasmas, que hay una “mano peluda” que se ve en los rincones, ahí fungí como maestro de ceremonias en esos lunes que se hacen honores a la bandera porque, según, sabía leer bien, aprendí a jugar basquetbol e incluso formé parte de una selección, todo porque cuando se hizo la elección de los jugadores que integrarían el equipo de futbol fallé un gol a centímetros de la portería ¡Nunca sería goleador!
Hubo momentos épicos en esa ecuela, que estaba construida en un terreno que fue donado, dicen por una familia sueca, por eso se llamaba así la institución en cuestión y año con año el mejor promedio del sexto grado hacían un viaje al país vikingo, patrocinado por esa familia, ¡claro! la ilusiòn de hacer ese viaje, por tener buenas calificaciones era motivante para ponerse a estudiar.
Pero un dìa, de esos calurosos del extinto Distrito Federal, con energía infantil corríamos y corríamos como sin eso se nos fuera la vida. En sos moemento de pausa bajo la sombra de un frondoso eucalipto recuperabamos aire, en la casa contigua a la escuela tenía de mascotas a un par de iguanas, sí como lo leyeron ¡iguanas!, que en los días calurosos, como ese que relato, se dejaban ver en las bardas para darse su baño de sol, obvio observar a esos pequeños dinosaurios causaba furor en toda la escuela, ahí estabamos contemplando esa piel tornasolada, algunos intantes más atrevidos les tiraban pequeñas piedras para ver su reacción.
Tal vez la piedras las confundieron con algún suculento insecto por lo que sorpresivamente el réptil respondió con su larga, larga lengua la cual pegó en mi rodilla derecha, el bicho que tal vez vio la iguana --sin duda formaba parte de su dieta--, obviamente al sentir ese extraño impacto lloré más por susto, no fue doloroso pero si sumamente raro, ahí iba yo acompañado por algunos amigos del salón me llevaron a la dirección en donde me dieron los primeros auxilios, me frotaron alcohol, para evitar creo alguna herida o infección, me vendaron la misma, me interrogaban para saber lo sucedido, obviamente me cuestionaban si no era de los que molestaban al apacible reptil, le dije a la Sub Directora que no, que solo estaba de miron.
Por un tiempo fui famoso en “la Suecia”, era el chamaco que fue atacado por un pequeño saurio, con el tiempo la fama se diluyó, ya otro chaval se hizo famoso porque una maestra que era muy gruñona, dicen, lo agarró a coscorrónes fuera de la escuela, y crei que fue cierto.
Fue una lastima no haber terminado mis estudios básicos en esa escuela, porque tal vez hubiera hecho el viaje tierras escandinavas a la tierra de Odín, Thor y la Valkyrias.
De la ciudad al campo
El quinto grado lo cursé en la escuela primaria rural “Melchor Ocampo”, en una comunidad de la mixteca oaxaqueña, Santa Gertrudis Cosoltepec. Alejado de la gran ciudad, fue un giro de 180 grados de la urbe al campo, fue como si de la mano de Mao Tse-Tung en su afán de acercar a los intelectuales, artistas, y todos esa poblacion de las grandes ciudades los mandó a los campos de China a trabajar la tierra ¡Por supuesto! guardando las debidas proporciones, yo estuve un año ahí alejado del ruido urbano
Por las noches veía a lo lejos un luces de otras poblaciones que me hacían pensar en casa, mi abuela me decía: ¡extrañas tu “México” verdad! No sé si era para burlarse de mi melancolía o porque de verdad trataba de reconfortarme. Aprendí a valorar la tierra, a imaginarme la vida de mis ancestros, a saber que es estar sin agua, sin electricidad, a convivir conmigo mismo, ese proceso de instrospección se hizo habitiual, sin proponermelo llevaba una especie de diario, el cual despues fue usado para expulsar al maestro Serafín, tal vez fue mi primer acto revolucionario, el profesor quien además era el director de la escuela, nunca daba clases, eso sí, contaba unos chistes que hacían reír a todos sus alumnos, pero nunca siguió el plan de estudios.
Ante la asuencia del Profe y que además las enseñanzas de ese grado eran nulas los padres de familia se reunieron, y acordaron que, el Profe “Sera”, ya no volvería, así que ese puesto lo ocuparía el Profesor Sergio, quien además de ser nombrado el Director se hizo cargo de Quinto y Cuarto grado, ¡eso es vocación caramba!
De los maestros que he tenido a lo largo de mi vida escolar él es uno de los que han dejado una huella indeleble, en esos recuerdos que son tan palpables está aquel cuando en uno de esos concursos de conocimiento que hacen o hacían, el Profe Checo me llevó a su casa para prepararme, así que tras acordar con mi abuela, el objetivo de esa concentración tipo selección de futbol, monté en su motocicleta, ¡por supuesto nacimos para ser salvajes!
Su esposa y su pequeño hijo me recivieron como un miembro más de la familia, fue un fin de semana inteso, estuvimos estudiando, repasando, incluso memorizando datos, en los momentos libres me llevó a cortar alfalfa con una hoz, solo faltó el martillo.
El día del concurso llegó y logré el primer lugar, él, mi abuela y todos mis compañeros de clase se sintieron orgullosos. Formé parte de la escolta como abanderado, el sexto grado se presagiaba épico, pero había que regresar a la “Gran ciudad” a mi México, como decía mi abue. Además el Profe Sergio ya no iba dar clases en la Primaria Melchor Ocampo, había pedido su cambio de plaza, se lo dieron, dejó pòr decirlo de alguna manera sin guía a su tripulación o más bien le cedio el timón a otro capitán, ¡yo! Yo tenía que navegar en en otras aguas, seguramente más turbulentas.
Del campo a la ciudad
Llegar una semana despues de haber iniciado las clases siempre poné nervioso hasta al mas valiente, sobre todo porque te presentas aún sin portar el uniforme que visten todos, y si te ponen al frente en una banca individual, te sientes observado, juzgado, oyes murmullos, sientes miradas, algunos te ofrecen sonrisas, otros te ven como el bicho raro que eres.
La maestra María Elena Canto, otra profesora que dejó huella, quen más tarde supe que se negó en primera instancia en recibirme en su clase, pero al final cedió que bueno que lo hizo, ella revisaba con detenimiento lo que hacía, aprendí a captar esos secretos de la comunicaciòn en esos silecios en esos gestos descubrí sí habia aciertos o muchos errores, obviamente empiezas a leer, esas expresiones de todos, de los compañeros, de las compaeras: ves tristezas, alegrías, preocupaciones, curiosidad, sueño, hambre era el grupo Sexto A de la Primara Lázaro Cárdenas del Río, turno vespertino de la Colonia Villa de las Flores, volver a la urbe, ¡y volver, volver a tus brazos otras vez!
Blanca, era una niña de tez blanca, ojos color miel, cabellera cataña clara, sonrisa fácil, ¿qué le provoqué? Por que de repente empezó a mostrarme su interés: pellizcos, golpecillos en los brazos, algunas veces tirones en mi alborotada cabellera, y casi siempre me mostraba ese gesto de sacarme la lengua, creo que pocas veces tuvimos una larga conversación, salvo ¡hola qué haces!, y obviamente ese cuestionario de saber de dónde venía, no lo sé, pero tal vez con ella con Blanca dejé de interesarme en las canicas, en el trompo, yo-yo, y demás juegos infantiles, porque ese linda jovencita despetó en mi un gran, gran interés. La etapa de la niñez la empecé a dejar a un lado.
La inercia de tener buenas calificaciones se mantuvo, eso lo notó la maestra Canto, quien al mismo estilo de mi Profesor Sergio, me invitaba a su casa por las mañanas para adiestrarme en mis estudios, algunas de mis compañeras se dieron cuenta de eso y también le pidieron asistir, entre ellas Blanca, llegabamos a la casa de la maestra a las 9 de la mañana, en ocasiones nos invitaba a desayunar, dos horas de clases, platicas de la vida, estábamos el último año de la educación primaria, había que prepararse para pasar el examen de admisión a la Secundaria.
En esas clases partículares, las cuales por cierto la mestra nunca cobró, era todo una odisea, para ese tiempo mis archirrivales enemigos era una pandilla de perros, que siempre me correteaban, a veces tenía que pasar por otras calles, o pedirle el raid a un señor en bicicleta para evitar se correteado por los canes, fuera de eso esas sesiones matutinas eran muy divetidas y aleccionadoras.
Tras muchas experiencias, convivencias, aprendizajes, el año escolar llegó a su fin. Para conmemorar el fin de cursos, se organizó una fiesta, un vals el cual ensayamos por meses, por cuestiones de alinearnos por estatura, no me tocó tener de pareja a Blanca, me faltó un méndigo centímetro, en fin, nos firmamos mensajes en las camisas, ella escribió “portante bien, te voy a extrañar”, yo le puse, eso creo, así lo recuerdo, así lo imaginé o así lo deseé: “Blanca eres la niña mas hermosa que he conocido” teníamos 12 años. Terminamos la primaria, nos despedimos, tiempo despues la vi, seguia igual de bella, y hace unos años me enteré que ya nos o me vé desde otra dimensión ¡Saludos Blanquita!
Confidente de secundaria
Fui rechazado en la primera opción una escuela secundaria, pero fui aceptado en la “Felipe N. Villarello”.
Lo confieso: el examen de admisión a Escuela Secundaria Técnica Industrial 05, la ETI 15. No lo hice, porqué olvidé mi comprobante de inscripción y me dio pena decírselo al profesor para exponerle mi caso y me quedé ahí en silencio, sin hacer nada, regresé a mi calle a mi casa con lágrimas en los ojos, culpé al “Profe” de no haberme dado la oportunidad de enmendar ese olvido. Fue lo más fácil, además nunca lo volví a ver, en casa lo tildaron de “ojeís” sin deberla ni temerla.
No importa, la segunda opción no había pretexto, estudie como loco una semana entera, el examen no se me dificultó y fui aceptado en la escuela que me daría cobijo en el turno vespertino; mi estancia en la Secundaria en donde estudie los siguientes tres años fue de los mejores recuerdos que tengo.
Como adolescente, en esa etapa de rebeldía, en donde protestas por todo y por nada; aprendes a sobrellevar esa etapa del acoso, a defenderte. Sí, eran otros tiempos tal vez rudos, sin tantas concesiones, quejarte casi no servía de nada ¿Es anormal? ¡Claro que lo es!, porque aprendimos a normalizar acciones, conductas que hoy son duramente señaladas y combatidas, formó el carácter, puede ser que si, pero no eso que lo desenreden los psiquiatras, psicólogos y terapeutas.
Tuve decenas de amores platónicos, la libido explotó como volcán, empecé a darme cuenta que la lectura y la escritura era algo que tenía que desarrollar, porque tenía facilidad para ello, me di cuenta que mi inteligencia matemática era limitada, que tal vez, tenía cierta habilidad para los deportes. En esos tres años pasó de todo, una explosión en San Juan Ixhuatepec, un terremoto que casi desaparece a la Ciudad de México, se realizó un mundial de futbol, hice grandes amigos, amigos que aún conservo, amigos-hermanos con quienes aún mantengo contacto.
Y ¿después?
Examen al CBTis 50 de Tequexquináhuac (Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios), un año y fuera. Examen al Colegio de Bachilleres 1 El Rosario, un año y fuera. Sistema Abierto, no hubo disciplina. Hasta que una última oportunidad antes de pensar y planear en ir en busca del “sueño americano”, el examen a la UNAM ¡Aceptado! en el Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco (CCH 1) y ahí sin parar hasta culminar los estudios de periodismo en las aulas de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. ¡Goya, goya, Universidad!
Pero los detalles de estas correrías serán relatadas en otra ocasión… ¡Abur!
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