¡O eres Napoleón o no eres nadie!

La platica era tan acalorada que en ocasiones parecía mas una discusión, ese intercambio de argumentos, por decirlo de alguna manera, era presenciada por el hermano que menos hablaba, los veía divertidamente al fin y al cabo él ya había elegido el rol que iba jugar, pero sus otros dos carnales no definían quien iban a ser.

Su madre, quien estaba más ocupada por los quehaceres del hogar, solo los escuchaba, pendiente, si en algún momento las cosas se salieran de control, de ser así el matamoscas, o el cinturón serían protagonistas de la escena que se desarrollaba en la casa. 

Afuera el cielo pardeaba, las nubes se tornaban grises se pronosticaba un fuerte aguacero, el paso de los autos se escuchaba en la vecindad, uno que otro avión surcaba los aires rumbo al aeropuerto de la gran ciudad, la hora del juego ya había pasado, ya habían cumplido con sus deberes escolares, las carícaturas en ese momento no eran de su interés, así que lo que les divertía era escuchar la radio.

La frecuencia de las ondas hertzinas en la casa era variadas, por la mañana Radio Sinfonola, depués Radio Mil, por la tarde Radio Centro y ya entrada la noche antes que entrara en función el televisor Radio Capital inundaba las cuatro paredes de esa casa.

Pues bien con la influencia musical tan variada había dos cantantes que se disputaban el gusto de estos imberbes escuincles: Álvaro Dávila, sí --en efecto-- el esposo de Paty Chapoy, y Diego Verdaguer, si el esposo de Amanda Miguel, habían más baladistas y de mejor calidad, pero estos tipos en ese momento tenían dos “hitazos” en el cuadrante radiofónico de la capital del país, el primero cantaba La culpable y el segundo La ladrona




Canciones que en estos tiempos pueden resultar cursis, melosas, politicamente incorrectas o tal vez hasta antifemninistas, sin embargo eran las rolas que estos chamacos cantaban, muy desafinadamente por cierto, en fin, sin embargo esa forma de convivir era tan divertida que incluso se imaginaban ante un selecto público: su hermana; quien no entendía nada de lo que ocurría y solo atinbaba en aplaudir a cada uno, era obligatorio sino no le permitirían ver los programas de la TV que a ella le gustaba.

El juego consistía que si programaban la rola de los cantantes en cuestión, pues había que tomar el micrófono imaginario, para cantar, y cantar ¡eh! nada de playback, la designación o elección de la interpretación se dio de la siguiente manera el más fuerte y enojón eligió primero: 

--Yo soy Diego Verdaguer

Nadie se opuso, nadie dijo nada, estaba la opción de Álvaro Dávila y es que en esos tiempos eran programadas con mucha frecuencia así que la opción de no participar eran altas, con el paso del tiempo se enteraron que “la payola” era una buena estategia para que los cantantes tuvieran mucha presencia en la radio, pero esos mocosos de eso no sabían nada, así que ahí empezó el debate; el hermano mayor quería ser Álvaro al igual que el menor.

La frecuencia, lo pegajoso de la melodía y la fácil letra era tal vez una de las razones por las que querían ‘cantar’ La culpable, como ya les dije había más baladistas de mucha calidad, José José, Raphael, Emmanuel, Camilo Sesto (qepd) y tantos más, pero había uno que en lo un gran éxito, sus composiciones son en verdad buenas: José María Napoleón, cantante-compositor-torero, quien para esa época tenía en la radio varios éxitos sonando y aunque era programado con regularidad era ignorado por estos dos hermanos que seguían en su acalorado debate.

El programa radifónico que se llamaba “Jóvenes recuerdos” ya había comenzado y aún no pasaban ninguna de las canciones elegidas, la discusión de saber quien iba ser Álvaro Dávila se  prolongaba, quien había elegido a Diego ya se veía cansado y a punto estaba de tirar unos ‘cates’ para calmar a sus hermanos que no atinaban en ceder, la mamá no los pelaba, así que ellos no podían recurrir a quien podía dar el voto de calidad, el otro elemento de la familia, es decir el papá, aún no regresaba del trabajo, y como era viernes de quincena a lo mejor su llegada sería hasta el sábado por la tarde.

El mayor daba sus argumentos: 

--Mira hay otros mejores, Napoleón como: PajarilloElla se llamaba y más…

--No, yo quiero ser Álvaro…

--A la próxima te toca…

--¡Que no!…

Y entonces en ese instante se impuso la ley no escrita que más o menos es así: yo soy el mayor y te aguantas chamaco por lo que lanzó una sentencia: 

--¡O eres Napoleón o no eres nadie!

¡Zas!, ¡pum!, ¡toing!, ¡cuas! Esa tarde ninguna de las melodías se programó, y sí pasaron dos de Napoleón, pero nadie lo eligió, lo más probable es que no se sabían bien las canciones y para evitar no cantarlas completo y no recibir el aplauso de su hermana pues esa tarde solo escucharon las canciones en silencio esperando el momento de encender la televisión.





Con el paso del tiempo ya con los gustos musicales bien definidos, escuchar estas rolas se convirtió en gustos culposos, sin embargo unos años después, al aceptar la influencia de estos cantantes y de muchos más, estos artistas ahora son de culto ¡já! 

Muchos años, muchos años después el mayor tuvo una larga jornada de trabajo en Aguascalientes, tierra de José María Napoleón, él intentó buscarlo para tomarse una selfie con el cantante-compositor-torero y  que le firmara el “casette” donde tiene los 30 éxitos de Napoleón; el menor dice que él tiene otros datos, quien eligió a Diego niega todo, auque muy seguro que de vez en vez canta La ladrona cuando la tarde pardea y el cielo se nubla; la hermana dice que no recuerda nada, pero se rie a todo pulmón cuando se relata una y otra vez la anécdota, la mamá siempre tiene listo el cinturón y el matamoscas, y el papá ese día curiosamente aviso que se iba por los cigarros y… bueno eso ya es harina de otro costal.     

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