De Cerillo a "aporrea-teclas"

 

“…Entre Copilco y Revolución Vi tu nombre escrito en el muro de un panteón…”


Hay un vaho extraño a la salida del metro División del Norte, hace frío; la oscura madrugada aun prevalece, afuera algunas sombras se mantienen estáticas a la luz del alumbrado público, pronto muy pronto darán las seis de la mañana, subo pausadamente los escalones decenas de personas me rebasan, llevan prisa por llegar a su destino, empiezo a sentir el fluir de la adrenalina, es mi primer día en este trabajo y aunque todo empieza hasta las nueve de la mañana me recomendaron que había que llegar lo más temprano posible.

 

Cuando escuchó a algunos personajes diciendo que proviene de la cultura del esfuerzo me imagino a gente saliendo desde de las cuatro de la mañana para acudir al trabajo o a la escuela, que la mayoría de las veces no pueden siquiera desayunar porque de hacerlo se les hará tarde, nos les permitirán trabajar ese día, el cuál se lo descontarán, con la advertencia que un retardo más se convertirá en una falta y corre el riesgo de ser despedido, ¡sí, adivinaron… Por faltas!

 

Tengo hambre, el rugir de mi estomago me delata, empieza notarse los tenues rayos del sol del oriente, el trinar de los pájaros cada vez es más estridente, sin embargo es relajante, hay vida antes de la vida, voy sin prisa, es temprano, ¿quién puede llegar antes de las seis?, a lo lejos en la penumbra veo algunas figuras, no son furtivas, no se esconden, es más hasta parecen desafiantes, hay un frio y distante saludo. 

 

--¡Qué onda!, ¿quién lleva la lista?

 

--¡Ahí te hablan Soruyo!...

 

Aparece casi de la nada un adolescente regordete con mirada desafiante y burlona, labios gruesos, un incipiente bigote, marcado con los estragos del frío de la mañana o bien por las marcas de la anemia por deficiente alimentación de todos los que estamos ahí, que no lo hacemos por gusto, sino porque deseamos colaborar en casa, ahorrar para poder seguir con nuestros estudios, o simplemente para poder esa sensación de autonomía de poder comprarte tus cosas sin pedirle a nadie más, es el paso hacia lo que el algún momento le llamaremos madurez. 

 

--¡Fiiiiuuu!, ¿nuevo? 

 

-- ¡Eiic!

 

--Eres el 13 valedor… 

 

¡Chale!, el 13 y según yo nadie iba a estar tan temprano ahí en Pilares, en la Colonia del Valle, conforme avanzaba la mañana se develaron los rostros de mis compañeros de aventuras, chavos que venían de los distintos suburbios y colonias populares del extinto Distrito Federal, Santa Martha, La Presa, Ecatepec, Iztcalco, Barrio Norte, la Vicente Guerrero, Tepito, Chalco, Ciudad Neza; adolescentes que con el paso del tiempo se diluyeron en la memoria de este “aporrea teclas” que hoy escribe. 

 

Algunos de ellos ya tienen un par de años o más siendo ‘empacadores voluntarios’, para ese tiempo mejor conocidos como cerillos, lejos estaba la época del trabajo infantil, que había que cuidar a la niñez para su correcto desarrollo, pero a esos teóricos de las políticas sociales se les olvida, la innumerables crisis que se vivieron desde 1970, se le olvida los desastres naturales combinados con los desastres sociales que azotaron la ciudad y el país entero, se les olvida que la población creció casi al doble, y que estábamos lejos, muy lejos de esos tiempos en que dicen amarraban a los perros con longaniza. 

 

La mañana avanzaba el centro comercial empezaba a abrir sus puertas, los negocios alrededor ya estaban en actividad plena, y ahí en unos de los patios decenas de jovencillos, aún adormilados se formaban conforme había llegado, la cara deslavada, algunos con el pelo graso porque de su casa no pudieron siquiera lavarse la cabeza, sin embargo hicieron el gran esfuerzo de llegar con la ropa limpia, planchada, porque ese era uno de los requisitos estar presentable en el área de cajas, había que dar una buena presentación; ¡claro! La tienda del pelícano solo dejaba a esos niños a que ayuden a los cientos o miles de clientes que acuden o acudían a hacer sus compras, ya dependía de la buena voluntad del comprador dejar una monedas como propina, ¡no! No había pago solo el permiso de ser ‘Empacador voluntario’.

 

Pasar la primer prueba, el escrutinio de todos es la más difícil, todos vienen de barrios bravos, no son chavos de nacieron en sábanas de seda, son gente que desde a muy temprana edad se han tenido que ganar la vida para ayudar en casa, no se puede ser endeble en una sociedad en donde lo que te piden es chingarle para salir adelante, por eso me genera mucha urticaria cuando esos que hoy se dicen adalides del “¡échale ganas!, ¡levántate más temprano”, desconocen miles, millones de estas historias. 

 

Había un jefe de ‘Cerillos’, quien era quien coordinaba las actividades en el área de cajas, revisaba la higiene y el buen comportamiento de la “Cerillada”, designaba las cajas en donde cada Empacador iba estar durante su turno, pedía ayuda para sacar los carros de compra para llevarlos al túnel donde los clientes los tomaban para su uso, ese mismo Jefe te daba una rápida capacitación para empacar las cosas de los clientes.

 

--No puedes poner los productos de limpieza con la comida, el huevo va solo, ¡imagínate si le pones latas encima!, hay que tener cuidado en eso. Instruía en tono de veterano que era; ¡vamos tenía escasos 17 años! y que se lo decía a quien apenas estaba saliendo de los 16 años con algunas espinillas en el rostro, había celo, si por que cada nuevo que llegaba significaba competir, eso redituaba en unas buenas monedas, pero también había camaradería, con el paso de los días se convertía en complicidad, incluso amistad.

 

--¿Qué caja quieres?

 

--¿La trece? 

 

--¿Es pregunta o respuesta? 

 

--La trece; aseveré al tiempo que respiraba hondamente tras escuchar unas risas burlonas, es parte de la ley de la selva, en donde sobrevive el más fuerte, donde todos mascan vidrios, porque al final es el proceso de crecimiento mostrar que a pesar de todo no tienes que amedrentar, ser valiente ante todos a pesar del miedo que te consume por dentro, sí es tóxico, pero al final, muy al final dicen los que saben que es así como se forja el carácter. 

 

Número cabalístico, el caso es que ese lunes septembrino de 1990 la caja entró en servicio, para las 10 de la mañana ya tenía varios pesos en la bolsa, pude ir a desayunar una gran torta con un enorme juego de naranja, con el paso de las horas aprendí a empacar a defender mi espacio, porque pues al ser una de las pocas registradoras abiertas pues todos buscan eso el dinero para pasar el día, supe también que se podía llevar la mercancía en los diablitos a los domicilios cercanos (claro esto bajo decisión propia sin que la tienda en ese entonces se hiciera responsable, es más nunca lo hizo), lo cual también redituaba en una propina más sustanciosa, eran otros tiempos en donde la descomposición social a la que hemos llegado no era tan evidente, es más había el espacio para la aventura, fue en esas instancias cuando dejas a lado la candidez infantil y te conviertes en un aspirante a adulto que no le tiene miedo a casi nada. En otras palabras eso que llaman ‘virginidad’ ahí llegó a su fin en una cálida mañana de enero de 1991, gracias a la dama del apartamento XXX de la Calle Pestalozzi a la distancia solo puedo decir: ¡Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido!

 

Como tal me convertí un chilango más, de esos que tienen que levantarse de madrugada, “camellearle” durante gran parte del día para poder tener monedas en el bolsillo, ya no depender de tus padres, de alguna forma colaborar en casa, y se tiene esa sana costumbre de ahorrar, hacerlo, pero esto último es complicado, casi nadie se nos da la educación financiera, así como la educación afectiva (si de afectos) tendría que ser obligatoria en las escuelas, pero no, entonces conocí el ‘De-Efe’ sus, calles, callejones, barrios, cines, fondas, parques, museos, a forma de tour con otros valedores nuestro paseo era recorrer toda las líneas del Sistema de Transporte Colectivo mejor conocido como Metro, muchos dirán que jodidos porque seguramente otros tuvieron la fortuna de hacer ese recorrido pero en Europa no es la caótica Ciudad de México, pero déjenme decirles que era una maravilla pasar por el Túnel de la Ciencia, subir las escaleras en Barranca del Muerto, y como siempre armar equipo de futbol para echar la reta en la Magdalena Mixhuca o cualquier otro campo de San Jerónimo, Copilco, Plateros.

 

Pero el Club de Toby se acabó porque al año siguiente y en una decisión que venía desde Prevención Social, que era el departamento de la Secretaria del Trabajo de ese entonces, que se encargaba de velar por los “Cerillos” ahora se le daría oportunidad a las niñas a que se integraran a ser Empacadoras Voluntarias, ¿cómo? Un espacio exclusivo para varones ahora sería invadido por niñas, sin embargo esa resistencia fue mínima ya que ellas contribuyeron a que ese oficio infantil fuera más diverso y divertido a la vez, sobra decir que ahí se formaron cientos de noviazgos, no dudo que algunos matrimonios, de ahí inclusive surgieron grandes historias de amor inconclusos, a veces solo basta ponerle una moneda a la máquina del tiempo llamada memoria para volver esa película que cada vez nos da más detalles de lo que fue y pudo ser. 

 

Hace un par de años vagando como es costumbre habitual en mi, acudí a un centro comercial, realicé unas compras mientras hacia fila para que me cobraran mis productos vi a decenas de Empacadores esperando turno para poder estar en caja y meter la mercancía a las bolsas de plástico (aún se daban esas bolsas antes de las denominadas ecológicas), pero esta vez no eran niños de 13 a 16 años, no esta vez eran señores, señoras de la tercer edad que a su ritmo hacían ese trabajo que hice yo hace ya más de tres décadas, muchos de ellos, los actuales acuden a esos centros comerciales como una forma de terapia, para sentirse activos, que aún hay utilidad en sus acciones, así lo percibo, claro el paso de los años a muchos les ha borrado la sonrisa, la lozanía, las habilidades, la juvenil voz, ahora solo se van rotando para recibir algunas monedas, ¿en qué utilizarán su dinero? Medicina, comida, el apoyo para el nieto no lo sé, pero el tiempo es así yo fui Cerillo de niño y quién sabe a lo mejor seré Cerillo cuando llegue a la tercer edad, lo cual no falta mucho. 

 

Muchos de mis camaradas de esas correrías sabían que no iba a ser Empacadores toda la vida, como decía eran otros tiempos y en la tienda del Pelícano hubo quienes empezaron siendo Cerillos y terminaron como gerente de tienda, había esa posibilidad de hacer carrera, mientras estudiabas la preparatoria, la universidad. Hace algunos años ya siendo un profesional del periodismo leí un reportaje de un Empacador que fue el creador de la campaña de “Mamá Lucha”, son de esos casos de sublimación personal excepcional. 

 

El tiempo es inexorable, y siempre genera el recuerdo y reflexión ¿qué  habrá sido de aquellos amigos-amigas de esos años mozos? Hace poco tuve la fortuna de retomar comunicación con un buen camarada de aquella banderola que creció, que aprendió lo que en verdad es esa cultura del esfuerzo.  Los recuerdos cayeron en cascada y ahora que estoy en el sitio en donde menos imaginé estar cuando era Cerillo me gusta tararear esta enorme rola de Trolebús: Y qué serás ahora/Una tímida enfermera /Una groovie locochona/Una prosti de la zona/Una fría polizonta/O le harás a hare kishna/Qué harás ahora/Despachar las quesadillas/Secretaria de la grilla/ Esposa o guerrillera/ Aeromosa o costurera amante o monja. 

 

Por cierto la Caja 13 siempre que tuve oportunidad la elegía aunque no estuviera en servicio, y durante dos años me fue muy bien hasta que ingresé al Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco de la UNAM, pero eso ya es otro rollo. 




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