Ella


Well let me tell you 'bout the way she looked 
The way she'd act and the color of her hair 
Her voice was soft and cool 
Her eyes were clear and bright 
But she's not there 
(The Zombies
 
¿Qué clase de idiota piensa en la derrota antes de luchar? Se leía en una barda de una solitaria calle que años atrás había sido escena, dicen, del primer movimiento social de este nuevo siglo.
 
Y ahí estaba ella tomando nota mirada picara, con un dejo de melancólico. Su piel brilla, es tersa como la obsidiana. Una azabache cabellera recorre gran parte de su armónica silueta, su andar es cadencioso, el tiempo se pausaba cada que la miraba. 
 
Isabel se llama, había iniciado su andar en el agridulce oficio del periodismo unos años atrás, las circunstancias la orillaron a estar siempre tras la noticia, se negó a ser la mujer resignada a su destino, no era, ni es así su carácter, siempre buscó desafíos en el amor, en la profesión en la vida misma ¡caray! 
 
Su voz es dulce, melosa, embriaga al oído de quien se pierde en ese mirar. Los entrevistados responden, la ven, la admiran, ¿deseo, lascivia?, ella los torea, les hace la faena y continua con su labor. 
 
En sus inicios la inseguridad, el temor la invadían, y cuando escuchaba un halago, le incomodaba, incluso el enojo se reflejaba en su rostro, maldecía. Los peores improperios salían de esos delineados labios. 
 
Fue una tarde de otoño, polvorienta, fría tal vez, estaba solo y en silencio esperando a que llegara a la cita. 
 
Me habían contado su interés por el periodismo, ¿Quién en su sano juicio se interesa por esta ingrata profesión? 
 
¡Solo los locos! Se respondió a sí mismo. 
 
Siempre la había imaginado, la había visto en sus más locos sueños de su lejana infancia, de su ya casi olvidada adolescencia, y ahí estaba sonriente, dubitativa, había en su actuar desesperación, un poco de decepción por lo que le ocurría, se mostró optimista 
 
Tras la formal presentación, empezaron a una charla de lo más convencional, que inicio con un ¡Hola! 
 
 
Hubo una época en que proliferaron las escuelas que intentaban enseñar periodismo, oficio que había sido ejercido por abogados, doctores, arquitectos, poetas, incluso con el paso de los años quienes habían iniciado en los talleres de la imprenta de los fastuosos diarios dejaron la grasa de las máquinas para mancharse los dedos con la tinta, era terreno masculino, era testosterona, no había lugar, dicen, para las mujeres. 
 
Sin embargo, los tiempos cambian, y ¡qué bueno! que así sea. 
 

En alguna clase de la Universidad uno de mis profesores me dijo: Las equivocaciones de los médicos se mueren, pero, en el periodismo al otro día salen publicados, en ambos casos es terrible o de risa. 
 
Cierto día en una crónica de un juego de basquetbol se publicó a media plana, la coronación de un equipo que había perdido la final, en fin, no pasó de ser objeto de burla tanto de los campeones como de los subcampeones. 
 
De los errores se aprende, en este andar hay muchos, de tanto equivocarme ya soy sabio al menos estoy cerca. ¿Y ella?, pues… 
 

Han pasado algunas décadas de ese primer encuentro, ella sigue con esa maravillosa aura, conserva la belleza tanto física como de alma que la caracteriza, es más se ha acentuado, aunque ella nunca creyó en los decires de las decenas de muchos “Don Juanes”. 
 
 
Volviendo al contexto del periodismo ejercido por las mujeres, hace algunos años mientras hacía mis labores escolares de la universidad, en el núbil Canal 40, ya rozando la media noche, pasaron la película Retrato de una mujer casada (Dirigida por Alberto Bojórquez Patrón, 1982), en donde la bella Alma Muriel interpreta los problemas cotidianos de una joven ama de casa de nombre Irene, estudiante de Ciencias de la Comunicación de clase media con deseos de superación, quien a pesar de sus buenas intenciones, tiene que separarse de su marido, encarnado por Gonzalo Vega, por la violencia física y psicológica cuando él descubre la infidelidad de ella con un compañero de escuela. 
 
Ya separada, ella trabaja para mantener económicamente a sus hijos para salir adelante, pero el destino la alcanza y perece en un asalto, si bien, queda abierta la interpretación de haber sido asesinada por un sicario contratado por su ex marido. 
 
La historia se desarrolla a finales de los años 70, la violencia hacia las mujeres era normalizado en esa sociedad que venía saliendo del llamado “Milagro mexicano”, nada en este mundo justifica que exista agresiones hacia las mujeres, ¡nada! 


 
El inmenso Eduardo Galeano nos dejó estás palabras que retumban: 
 
Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”. 
 
 
Ella caminó, tomó algunas fotos, prosiguió con su trabajo periodístico, algunos y algunas la veían con envidia, con azoro, yo la veía admirado, siempre ha sido así… 
 
 
Más adelante en esa solitaria calle se leí otra pinta: ¿Qué es la verdad? Sino una historia de supervivientes. Ella siguió su camino hacía lo que en verdad le gusta ser: libre y sin miedo.



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