¡Mis blanquillos!, la anécdota de un recado



Venía ‘comiendo moscas’, pensando en la inmortalidad del cangrejo, traía en unos blanquillos en la mano diestra, mientras con la otra me rascaba… la cabeza; tenía la idea de acompañarlos con un arroz rojo, frijoles refritos y una buena salsa, ya me lo estaba saboreando cuando de repente un auto Topaz o Thunderbird
, ‘azul chiclamino’, me emparejó y se detuvo, sin mediar siquiera un: ¡buenas tardes! o de ‘perdis’ un ¡hola!, una dama de tal vez 35 o 40 años me dijo: ¡oye hazme un favor! 
 
La mujer en cuestión era bastante atractiva, cabellera ensortijada negra a los hombros, boca mediana, labios que resaltaban por el carmín del lápiz labial, ojos oscuros pispiretos, nariz chata de esas coquetonas, pero estaba agitada, por no decir enojada o encabronada, el rubor de sus mejillas era por un coraje atravesado, no era por que le diera pena hablarle sin más a un enclenque estudiante. 
 
Ante la suplica que sonó de inmediato a orden quedé paralizado, por mi cabeza cientos de escenas transcurrieron velozmente, situaciones que solo veía en por televisión o en el cine lo estaba viviendo en carne propia. 
 
Sin dar respuesta aún, me ordenó súbete… ¡aah! --alcancé a balbucear-- abrió la portezuela, ante tal seguridad pues me subí al auto, pude percibir un agradable aroma, era su fragancia que no era de Avón o Jaffra, también observé sus torneadas piernas que eran cubiertas por un vestido de tela delgada, el adecuado para los calores de esos meses veraniegos, su silueta --a pesar que estaba tensa ante el volante-- denotaba, firmeza y armonía, es otras palabras estaba de muy buen ver la 'Señito'. Para esa época estaba yo en mis veintitantos así que ser abordado por una mujer de esas 'polendas' pues impresiona.   
 
Ya sentado el sitio del copiloto pude ver algunos casettes, si el recuerdo no me falla eran de Amanda Miguel Vicky Carr y Ana Gabriel, había un poco de desorden en el auto, pero aún se percibía que era un auto nuevo, para ese momento llevaba los huevos agarrados, los que había comprado y los otros, ya era tarde para decir que no, sin embargo ella empezó a contarme una historia sobre las relaciones humanas, sobre todo la de pareja, sin poner mucha atención a sus palabras, tampoco me di cuenta que rumbo tomó, creo que necesitaba explicarme en poco tiempo la razón de su conducta, ya la fase de miedo había pasado, ahora era interés, porque en pocos minutos me relató que tenía una amistad muy estrecha con un tipo que vivía en la calle de enfrente. Amigos cariñosos, amigos con derecho, novios a distancia, amantes, queridos, bígamos, poliamorosos, todos esos adjetivos cabían; de repente el coraje empezó a menguar el rubor de sus mejillas dejó de ser un rojo encendido a un rojo granate, ya más coquetón, su voz se dulcificó, ya estando en la esquina de donde vivía el ‘interfeuto’ me dijo: 

 
--Mira ve esta casa con tal número y preguntas por Juan (la neta no recuerdo el nombre del tipo aquel), y le dices a su esposa Rosita (que no se apellidaba Alvirez y tampoco se llamaba Rosa), le dices: Juan tiene una amiga, que se llama Martina (y como dije esta Martina no tenía 15 años) y son solo eso: ¡AMIGOS! … “¿Amigos para qué?, ¡maldita sea! A un amigo lo perdono, pero a ti te amo…” diría Gianluca Grignani. 

--¿Sólo eso? 

--¡Sí, solo eso! 

Y ahí va el mensajero no sin antes decirle: le encargo mis huevitos. Llegué al domicilio toqué el timbre, dos ocasiones iba a hacerlo por tercera ocasión cuando abrieron la puerta, una niña de escasos 10 años me abrió, eran otros tiempos y abrir a un desconocido no era tan peligroso como hoy día, le dije ¿oye está Rosa? La curiosidad infantil es tal que me observó de arriba abajo, se asomó y no vio a nadie más y grito: ¡mamáááá te hablan! 
 
Y bueno la vecina en cuestión, Rosa (insisto no se llamaba así) era digna de mi admiración, por mucho tiempo la observaba cuando pasaba por la calle cuando iba por sus pequeños, yo había contado al menos cuatro chavalines, tal vez 30 o 35, la maternidad no había mermado en nada su belleza, es más parece que la había acentuado; ella de piel clara, cabellera lacia hasta la mitad de la espalda el cual siempre lo usaba con una ‘cola de caballo’, eso hacía lucir una armónica figura, siempre de jeans, además que tenía un andar que hipnotizaba, las pocas ocasiones que la ví con vestido o falda todo se movía en cámara lenta, ya de cerca pude percatar pecas en las mejillas, lo cual me género más admiración; su cabellera ya empezaba a pintar algunas canas, pude observar unas manos frágiles, pero curtidas por los quehaceres del hogar, no había maquillaje y si había era muy, pero muy discreto, lo cual ya hacía resaltar las primeras arrugas, mismas que le daban mayor atractivo a su rostro: ojos almendrados, nariz respingada, boca pequeña, labios delgados un bello cuello que descansaba en uno estrechos hombros… en fin una mujer bastante atractiva. 

A los pocos segundos del llamado de su hija se asomó, me reconoció, obviamente nunca habías cruzado palabra alguna, pero su gesto de extrañeza-curiosidad la mantuvo en silencio ante lo que el recado que le llevaba. ¡No! No me cerró la puerta en la cara, aunque lo merecía, escuchó paciente, hizo un gesto de fastidio, no por mí si no por el mensaje. 

--¡Ok! ¿es todo? --me dijo—al tiempo que se asomaba para captar alguna pista de quien mandaba el mensaje. 
 
--¡Sí! hasta luego, le respondí y me dí la media vuelta, tenía que ir por mis huevos. 
 
Martina, que no era bastante astuta, se estacionó unos metros adelante, justo para que Rosita no la viera, llegué ya no me subí al auto, pero si tomé mis blanquillos y le dije: ¡Listo! 
 
--¿Qué te dijo? me preguntó con pronta curiosidad.

--Solamente: ¡Ok!; le dije en tono de... le ¡valió madres! 
 
--Es que ella no entiende que Juan si puede tener amigas. 
 
--¡Pues creo que sí! agregué a la reflexión. 
 
Martina deseaba seguir en charla, pero creo que ya no era prudente, su mensajero, o sea yo, ya no aportaba más, al parecer vio en mi gesto de desesperación, lo más probable es que era hambre, además que se acercaba la hora de irse a la escuela. 
 
--¡Gracias amiguito! Ten una propina, ¡acéptalo! volvió ese tono imperativo… Fue la primera y última ocasión en que me ganaba unos pesos de forma tan fácil. 
 
--¡De nada amiga! Cuando quieras que entregué otro mensaje me avisas. Ella solo sonrío, puso el auto en marcha, no la volví a ver. Me dirigí a mi casa sin olvidar mis blanquillos, llegué los guardé en el refrigerador, obviamente me olvidé de cocinar, y me alisté para hacer la travesía a la escuela; la ‘propina’ me duró para los pasajes de la semana y poder comer en la cafetería de la escuela, no era mucho, pero de eso a nada. 
 
Con el paso de los días conocí a Juan, o más bien puse atención a su persona, pasó del brazo de Rosita, iba con todos sus niños haciendo algarabía a cada paso, él ‘no era la gran cosa’, sin embargo para Martina y Rosa él era la manzana de la discordia, el fruto prohibido; noté en él una actitud precisamente de “Juan Camaney”, Rosa se notaba con más garbo, resplandecía pero a la vez ponía una distancia de su esposo, eso parecía, como diciendo también yo puedo tener AMIGOS. “…¿Qué vas a hacer? Busca una excusa y luego márchate Porque de mí No debieras preocuparte, no debes provocarme…” 
 
No sé si ella se percató que los observaba, yo creo que sí, ví en su rostro una tenue sonrisa, la misma que vi durante el tiempo que viví en ese sitio que como dice el personaje Kevin Arnold: Recuerdo un lugar, un pueblo, una casa como muchas casas, un patio como muchos patios, una calle como muchas otras calles. Y el asunto es que, después de todos estos años, sigo mirando hacia atrás, maravillado. 

Y ¿quién es el villano o villana de esta historia?: ¿Juan?, ¿Martina?, ¿Rosa? ¿yo, por alcahuete? No lo sé, de lo único que estoy seguro es que para cualquiera de los casos se necesitan de huevos, y no solo dos, sino un kilo o muchos más.



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